Cuando nos encontramos en la situación de cambiarnos de domicilio, empacamos nuestras cosas, y nos disponemos a la mudanza ¿Pero qué sucede si no quiere dejar su casa?
Alice Savidge se encontró en esta situación, en 1953 las autoridades de High Street Ware Hertfordshire, en Inglaterra le dijeron que tenían que demoler su casa porque en la zona se iba a construir una carretera. La mujer decidió mudar su casa a 100 millas de distancia, en Norfolk, en Inglaterra. Todo esto porque su casa y su perra Sasha eran su única herencia y patrimonio.
"No quiero perder una maravillosa casa antigua en esta tierra –dijo Savidge a su sobrina que publicó un libro sobre la vida de su tía–. Decidí que no iba a perder mi casa y yo misma empecé a hacer el trabajo."
Savidge encontró un sitio en la ciudad costera de Wells next la Mar, en Norfolk, y obtuvo el permiso de planificación y sentó las bases de su nueva casa. Luego, con un camión y en compañía de su perra Sasha, hizo viajes de ida y vuelta once veces al día durante 23 años para recoger poco a poco las partes de su antigua casa y construir la nueva.
Un poco de historia
May Alice Savidge nació en Streatham, al sur de Londres, en 1911. De orígenes humildes tuvo que sacar a su familia adelante con tan solo diez años cuando su padre falleció víctima de un infarto fulminante. En aquella época los trabajos fáciles y decentes no escaseaban en la industria nacional militar. May acabó como empleada precoz en una fábrica de producción aeronáutica.
La prodigiosa vida de May, madura por ‘golpes de vida y de miseria’, está llena de capítulos sorprendentes. Pero uno marcaría si destino. A los dieciséis años conoce al amor de su vida; Denis Watson, un talentoso actor ‘Shakesperiano’ con el que planea casarse en 1938. Su prematura muerte frustra sus planes. El anillo de compromiso le acompañaría para siempre en su desgracia.
En 1947, retirada y aún de duelo eterno por la muerte de Denis Watson, May compra una casa en Hertfordshire para restaurarla y convertirla en el hogar que siempre quiso compartir con Denis. El número uno de la calle Mono Row era una construcción de época, típicamente inglesa y levantada en 1450 por unos monjes adinerados siguiendo la tradición medieval de salones abiertos a galería acristalada. La casa estaba medio ruinosa y May decidió invertir todos sus esfuerzos, y su escaso dinero, en su restauración.
Las pocas libras con las que contaba las invirtió en materia prima y en un constructor que le arreglara allí donde su menuda estatura le impedía llegar: la maltrecha cubierta. El resto (trabajos de carpintería, yeso, ladrillos, piedras etc.) los hizo ella con sus propias manos y con el tiempo que le regalaba su eterna soledad.
En 1953, después de 6 años de trabajo, May terminó de adecentar su hogar. El orgullo de un trabajo labrado con sus dedos hacía de aquella casa un espacio inviolable, una posesión eterna fruto del esfuerzo y del duelo a su amor muerto. Pero estaba por llegar el mayor de sus problemas.
La expropiación
En la primavera de aquél año las autoridades del condado aprobaron un proyecto para remodelar los accesos del pueblo. La carretera pasaba por mitad de la parcela de May y habría que expropiar y derruir su hogar. Eran otros tiempos.
Quince años de papeleo y lucha encarnada contra el consejo municipal fueron insuficientes. La derrota no hundió a May y reforzó su pasión por su proyecto de vida. Con 60 años decidió trasladar pieza a pieza su vivienda.
“No pienso perder esta maravillosa casa; mi casa. Si realmente consideran que esta es sólo una vivienda en medio del camino, la moveré y la re-erigiré antes que verla destruida”
Un rompecabezas del tamaño de una casa
En 1969 las excavadoras llegaron a la puerta de su casa, el proyecto de May ya había comenzado. Había numerado todas y cada una de las vigas, piedras, pilares y tejas para su posterior identificación y re-ensamblado como rompecabezas gigante.
El esfuerzo generó la compasión del equipo de demolición, que ayudó a May a desmontar más cuidadosamente la poderosa estructura de madera de la cubierta. Con grasa y con pinturas de colores infantiles, May catalogaba y clasificaba todas las piezas de la casa a lo largo de la parte de la parcela no expropiada. Conforme desmontaba su casa, las noches se hacían más frías y descubiertas porque May seguía viviendo en el esqueleto de lo que fue su casa.
Poco a poco la historia traspasó fronteras y corrió la voz por condados vecinos. Algunos turistas que pasaban ayudaban a May con su tiempo o sus donaciones, lo que le permitía sobrevivir y comprar lo imprescindible.
May estuvo mucho tiempo buscando terreno para reconstruir su casa. Encontró un solar en la cercana ciudad costera de Wells Next The Sea, en Norfolk, y obtuvo el permiso de planificación para sentar las bases de su nuevo hogar. Una pequeña camioneta e infinitos trayectos hicieron de la mudanza una de las más largas de la historia. 23 años moviendo piedras.
Durante el eterno traslado, las condiciones de May fueron de auténtica penuria. Sin electricidad, ni agua corriente se tenía que conformar con lámparas de parafina victorianas. Un pequeño reloj servía como cronómetro para contar las vigas y piezas que tenía que extraer cada día, ordenando plazos y objetivos de trabajo. Una pequeña y vieja caravana abandonada servía ahora de refugio para el descanso.
En 1973 ya tenía levantado los cimientos y el zócalo de ladrillo de la nueva casa. Pero no fue hasta 1981 cuando logró cubrir aguas y colocar las viejas tejas. Fue el momento, en su 70 cumpleaños, de trasladarse a su nuevo (viejo) hogar.
Reconocimientos
En 1986 la mismísima Reina de Inglaterra, reconociendo todo el trabajo y esfuerzo desplegado, invitó a May Alice Savidge al Palacio de Buckingham en recepción oficial.
A pesar de su edad, con 76 años seguía encaramada a unos andamios provisionales para terminar las ventanas de bajo-cubierta y el enfoscado de fachada. En 1992 pudo instalar una pequeña estufa de leña para calentar la construcción.
May murió en 1992, justo antes de cumplir los 82 años, con la casa prácticamente terminada pero con la sensación de ser una frágil cáscara de papel según uno de los constructores encargados de su rehabilitación.
Su sobrina y heredera Christine Adams, ha recopilado más de 500 cartas, diarios y escritos que su tía hizo durante los 23 años de reconstrucción para contar los pormenores y sinsabores de esta fantástica historia. Actualmente la casa es un Bed & Breakfast regentado por Christine
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