A mediados del siglo XIV, entre 1346 y 1347, estalló la mayor epidemia de peste de la historia de Europa, Considerada justamente como una de las mayores epidemias de todos los tiempos, La Peste Negra diezmó de forma dramática a la población europea con más de 200 millones de muertos.
En una época en la que el concepto de higiene pasaba por
bañarse un par de veces al año, esta enfermedad, que transmitían las pulgas de
las ratas, se propagó a la velocidad del rayo, atravesando todo el continente
europeo en apenas unos años.
Dada la escasa higiene y el nulo conocimiento sobre los
gérmenes de la época, la sabiduría popular afirmaba que la única forma conocida
de evitar la peste era huir de ella.
Pero no todos huían de la enfermedad. Los médicos de la
Edad Media buscaron la forma de combatirla, aunque todos sus intentos
resultaron infructuosos, cuando no eran directamente contraproducentes.
Para protegerse del contagio, solían vestir un atuendo
característico que les daba un aspecto de aves apocalípticas. Una creencia
común de la época era que la plaga se extendía a través de las aves. Por eso se
creía que vestirse con una máscara con pico de ave podría alejar la terrible
enfermedad. La máscara incluía lentes de vidrio rojo o negro, que hacían al
doctor impermeable al mal librándolo del “mal de ojo”.
También se extendió la creencia que el contagio de la
enfermedad estaba relacionado con su desagradable olor, razón por la cual introducían
en el interior del pico hierbas aromáticas (menta, clavo, mirra, láudano,
pétalos de rosa, etc.) y paja, que pensaban que servía como filtro. Convirtiéndose en una máscara de gas primitiva.
El atuendo se
completaba con un largo abrigo de cuero, guantes y sombrero de ala ancha. El
sobretodo que usaban, se metía directamente dentro de la máscara hasta llegar a
los pies, para minimizar la cantidad de piel expuesta. En la mano derecha llevaban un palo blanco con un
reloj de arena, utilizado para mover o examinar al paciente y otras personas
cercanas.
Este tipo de médico era el único que atendía a los afectados
por la peste bubónica. Las ciudades que sufrían la epidemia los contrataban
temporalmente, de modo que tenían que atender a todos los habitantes,
independientemente del estrato socioeconómico al que pertenecieran. Al no
tratarse de un trabajo muy grato y con unas altas tasas de mortalidad, solían
ejercerlo médicos con poco éxito laboral o los recién salidos de las
universidades, pero también ciudadanos sin conocimientos médicos en algunos
casos.
No obstante, y sobre todo en el siglo XIV, momento álgido de la peste
negra, eran médicos muy demandados, por lo que aquellos que accedían a realizar
este trabajo recibían un trato privilegiado; por ejemplo, eran los únicos con
autorización para realizar autopsias, con el fin de encontrar una cura para la
peste, práctica proscrita en Europa para el resto de médicos. Además recibían
un salario cuatro veces mayor que otros colegas.
La ropa de los Doctores de la Peste también tenía un uso
secundario: Su aspecto grotesco advertía a los transeúntes de forma indirecta,
del peligro de contraer la enfermedad. Su figura se convirtió en la imagen de
la muerte
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